jueves, 10 de septiembre de 2015

Carta que nunca será enviada

Quería decirte que me voy 
porque sigo enamorada de ti. 
Porque sigo perdiéndome en tu voz y en tus miradas, 
aunque ahora no sean las mismas. 
No puedo seguir con esto, 
porque ahora te tengo delante y quiero acariciarte, 
escuchar tus historias y cómo te quejas 
de lo mucho que te hacen sufrir en la universidad, 
cómo crees tener las respuestas 
para todos los problemas del mundo, 
y puede que las tengas. 
Añoro ayudarte, estar junto a ti, 
perdernos juntos por Madrid, 
escuchar música en tu habitación o en la cocina 
mientras preparamos algo con mala pinta que luego sabe a gloria.
Echo de menos verte mirando a tu hermana 
con esa media sonrisa llena de amor, 
esa que solías ponerme también a mí. 
Tus orejas rojas en invierno, 
oírte decir: 
"¡siempre tienes las manos frías!" 
y que me las cojas entre las tuyas,
que me las beses, 
que sonrías otra vez. 
Te siento dentro apretando fuerte y duele. 
Te quiero, 
todavía.

sábado, 4 de julio de 2015

Tormenta

Han regresado el ruido, la lluvia, los truenos. Flash-backs continuos de aquella época que consumió lo más valioso que podía tener: mi tiempo. Tiempo que pude invertir en otras cosas, pero que sin embargo acabó desvaneciéndose en mi tristeza porque era allí donde se encontraba mejor, su lugar de origen. Mi naturaleza es oscura. mi aura es confusa. Tengo tendencia a caer por el infinito pozo que lleva a la ruptura del alma. Y aquí estoy, cuchilla en mano, sangre roja que desemboca en las frías baldosas que me sustentan. No soy nada más que carne y hueso. Me dieron más oportunidades que la mayoría y no he sabido aprovecharlas. Eso es la estupidez lectores. No pretendo sumergirme en un mundo de pena, ni dramatizar. Es rabia. Furia encerrada hacia mí misma que desea calmar el ansia de castigarme. Miro mi brazo y quema. Vuelvo a cortar sobre los cortes. Arde.

jueves, 30 de octubre de 2014

Qué diablos pasa. Qué me ocurre. Esa sonrisa que se dibuja últimamente en tu rostro cuando me hablas. Tu mirada profunda, esa que siento en mí aunque tus ojos no se dirijan hacia donde estoy.  Me pesan tus pensamientos, los silencios, tus momentos de soledad. Quiero estar en tu mente y descubrir qué es lo que allí encierras con recelo como si temieras que pueda escaparse, como si alguien fuera capaz de leerte. Quizás sea yo, es probable que no. "Donde hubo fuego cenizas quedan" y yo anhelando ser tu Cenicienta. ¿Me culpo a mí misma por cambiar o por no haberlo hecho? La dolorosa confusión que siempre me acompaña. 
Ayer te vi, anoche te soñé, esta mañana te he respirado, y una vez te tuve. Ahora te he perdido.

sábado, 21 de diciembre de 2013

El problema está en el desconocimiento. Tengo miedo de que todo se haya terminado, como siempre. Pavor de que lo que me haga feliz sea a la vez la causa del golpe más fuerte que reciba. Me siento frágil. Creo que ahora mismo hasta un sutil soplo de aire podría derribarme. Y me frustra. Recuerdo haberme prometido que jamás volvería a enamorarme. Aquella tarde, hundida entre cojines en mi habitación, con los ojos hinchados de tanto llorar, juré que no volvería a ocurrirme, y lo ha hecho, y lo hará.



viernes, 6 de septiembre de 2013

Diagnóstico

Es curioso cómo un mismo problema puede tener tantos puntos de vista. No me gusta llamarlo problema, personalmente esa palabra la tengo demasiado vista, me da miedo. Llamémoslo tema. 
Me acuerdo del día en el que exploté. Sentía que todo me pesaba demasiado, siempre triste, enfadada con el mundo y conmigo misma. Me estaba haciendo daño, en todos los sentidos en los en que alguien afirma lastimarse. Supongo que no me quería, no me quiero. Dicen que hay que aprender a convivir con uno mismo y eso es lo que intento hacer cada día, pero es difícil cuando te miras al espejo y sólo ves el reflejo de alguien que no cuadra bien con lo demás, como la parte desenfocada de una fotografía. Un poco de aquí, mucho de allá, todo sobra. 
Recuerdo cuando de pequeña solían comprarme aquellas muñecas de papel para recortar, con sus vestidos, zapatos y gorros de colores. En esa etapa de mi vida decidí que yo quería ser así de mayor. Piernecitas delgadas y largas, pelo ondulado y perfecto, cintura estrecha. Pero crecía y nunca me vi así, ni parecido. Yo era de esas que pasan desapercibidas en un grupo, de las que solo se comenta los kilos que podría adelgazar o cómo debería de llevar el pelo. Ahora sé que todo eso me marcó mucho, más de lo que debería. 
Ahora, tras una decena de médicos y psiquiatras me he encontrado con la primera frase con al menos un ápice de apoyo real: "tú no eres anoréxica, eres Lucía y padeces anorexia, junto a otro millón de características". Esto cambió mi perspectiva del tema. Quizás algún día pueda llegar a encontrarme siempre bien; quizás pueda volver a mirarme en los espejos, ahora todos tapados o desmontados en mi casa; quizás ya no tenga que encerrarme en una habitación después de comer para evitar que vaya al baño; quizás algún día miraré a los sacapuntas como un instrumento sólo y exclusivamente de dibujo. Quizás.

Empezar

Un día te levantas y decides que algo va a cambiar. Estás harta de la misma rutina de siempre. Observas tu vida externamente y piensas ¿qué estoy haciendo? Porque lo bueno tiene que andar por ahí, ¿no? Al fin y al cabo somos millones de personas en el mundo, tiene que existir de todo. Con este ideal me desperté hoy. Colegio nuevo, vida nueva (o eso dicen). 
Gracias a quien sea que controle esto a lo que llamamos mundo, todo está saliendo bien, tan sólo espero que de verdad estén cambiando las cosas.

viernes, 22 de marzo de 2013

Minirrelato- abismo

Quizá me había equivocado, sabía que me había equivocado, pero aún así continué sonriendo, dejando que mi miedo desapareciese a través de mi sonrisa. Aquel hombre mantenía su rostro firme. Sus labios formaban casi una línea recta perfecta y sus pupilas no paraban de empequeñecer cada vez más. Un sudor frío recorrió mi frente llegando hasta mis sienes, donde lentamente desapareció. Acto seguido, el hombre levantó su mano y la posó con sorprendente delicadeza sobre mi hombro. A pesar de mi chaqueta, el frío helador de sus dedos traspasó la tela. Mi terror aumentaba con el paso de los segundos y no supe cómo reaccionar. Entonces, sus tersos labios dejaron escapar un suspiro acompañado de dos palabras: "nunca más". Y tras este mandato permitió mi huida hacia el final del pasillo, donde el anhelado sol de verano me esperaba.

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(L)